domingo, 24 de julio de 2011


Tumbado a su lado, en algún momento pensé en todos lo chicos que me habían tratado mal. Después inventamos el beso -del mismo modo en que a mi padre se le habían ocurrido las mismas ideas que a Keynes para crear empleo, solo un siglo más tarde, pero era formidable.- y aprendimos a follar como si fuera la primera vez, como si nuestros cuerpos hubieran despertado por fin cansados ya de ser solo carne. Como los cineastas que inventan su cine en cada filme. Habían transcurrido 28 horas sin separarnos y en la primera noche que pasamos juntos descubrí que una película debía de ser creada no solo por el director, sino por todas las personas que participan en ella. No era una cuestión cinematográfica, sino política. Un pensamiento revolucionario.


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