martes, 23 de octubre de 2012

Lo imposible



















La única película de Woody Allen que no me acaba de gustar es la que rodó en Barcelona, pero gracias a Penélope Cruz... Está maravillosa, yo también pienso lo mismo. Me encanta Penélope Cruz. A mi también.

El sexo, si se hace bien, siempre es sucio. Soy uno de tantos o tantas que afirman que Woody Allen les parece atractivo. Con el tiempo me he vuelto una persona naif , me lo dijo un chico que me interrogó sobre la diferencia, a mi parecer, entre artista y artesano y, como me dio pereza responder, aproveché para ir al baño y olvidarlo. Había leído un relato breve de unas cuatro líneas impresionante, escritas a sus 22 años, y me pareció necesario conocerle en persona. Pienso a menudo en el tiempo, ya se sabe.

En mis diarios he escrito obsesivamente sobre el amor, pero jamás le he rendido homenaje, como tan bien saben hacerlo Zaida Carmona o Julia Betrián. Es algo absolutamente necesario, de primera necesidad. Tanto el amor como el sexo, siempre de la mano, porque somos animales sentimentales. Si se quiere bien, el amor siempre será sucio. Incluso Genet confesó no haberse acostado con un hombre al que no hubiese amado. Imagino a Genet con su capacidad ancha para adorar a todos los hombres.

Me gustan las últimas películas de Woody Allen. Quería escribir sobre eso y prestar atención a la mirada perpleja de Owen Wilson al viajar al pasado, sin la cual Medianoche en París no hubiese sido creíble. La misma mirada del mago de Scoop ante la aparición del fantasma de un periodista asesinado. La misma que Woody Allen vuelve a interpretar en A Roma con amor, al escuchar la voz tenor de su consuegro en la ducha, aunque esta vez los perplejos son sus oídos.

En ese instante dilatado por el cine, algo cambia. Es el momento en que debemos creer en lo increíble. Es la magia del cine. Son los ojos con los que los primeros espectadores debieron de contemplar la llegada del tren a la estación o el viaje en cohete a la luna. El cine ha de seguir siendo ese espacio inocente, o al menos eso se ha propuesto Woody Allen, y nos anima a nosotros, como espectadores, a no perder nuestra inocencia, tal vez de un modo egoísta, ya que sin ella sus películas -y el cine- ya no serían posibles.