lunes, 30 de abril de 2012

Les Mal Aimés

El tiempo es la sangre de una película y el cineasta ha de lograr que las imágenes se sucedan sin fisuras para que la película no se desangre entre plano y plano. Hay algo de espantoso en la contemplación de un filme por el que no notamos transcurrir el tiempo, es como estar contemplando un cadáver. Ayer tuve esa sensación en la proyección de Les bien-aimés, el último filme de Christophe Honoré. La película se desangraba en sus secuencias musicales. Las imágenes no dejaban avanzar en el tiempo a unos personajes que, habiendo encontrado la mejor manera de expresar sus emociones, cantaban y se movían animados por la música. Era un espectáculo triste de contemplar.



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