sábado, 5 de marzo de 2016

Amor

Unos náufragos del Costa Concordia aseguraron haberse salvado gracias a ver Titanic. Yo también a veces pienso que el cine me salvó.

Unos pocos días antes de morir, mi madre ya no podía hablar. Pero yo les decía a todos que hablasen con ella. A veces abría los ojos y miraba, pero como tampoco podía ver los volvía a cerrar. Entonces yo sabía que aún nos estaba escuchando. Salimos al parque del hospital, yo la llevaba en silla de ruedas. No recuerdo como es que iba abrazada fuerte a su bolso. Una enfermera y yo nos reímos porque nos pareció gracioso. Dentro había un paquete de Malboro. Le encendí un cigarrillo. Fumó dos veces y después me lo dió. Lo apagué pensando que aquel era su último cigarrillo. Cuando volvimos a su habitación los médicos nos dijeron que la iban a trasladar al centenario. Eso significaba que la dejarían de alimentar. Mientras la trasladaban, una enfermera comentó lo del centenario en su presencia, y yo me enfadé mucho porque no quería que mi madre supiera que se iba a morir. La enfermera pensaba que ya no podía escuchar, pero yo aún me entendía con ella.

Ese mismo año, unos meses antes, habíamos visto Amour de Haneke, y yo ya sabía que el amor era un trabajo.
En el centenario pregunté cuántos días solían tardar los enfermos de ese edificio en morirse. A la chica que cuidaba de ellos le gustaba pensar que hasta que no reciben una última visita o noticia esperada no suelen descansar. Unos días antes de que le diagnosticaran el cáncer, volví a casa de noche y mi madre se había emborrachado. Dijo que pensaba que yo tenía algo especial y que sabía que iba a llegar lejos. Dijo que si había algo que deseaba de verdad era no morirse sin verme triunfar en mis sueños. Así que la última vez que hablé con mi madre, a solas en el centenario, le informé de que habían seleccionado el videoclip de Sangre en los zapatos en el festival de Cannes y que estaban llamándome los periodistas para hacerme entrevistas. Quería que sintiera algo bonito de orgullo por su hijo. Después me fui a casa. Y a la mañana siguiente, justo en el momento en que entré en su habitación, murió.

Al cabo de unos meses lloré viendo ET, cuando al final Eliot le pidió a ET que no se fuera, y ET le señaló su cabeza y le dijo: estaré siempre aquí.

1 comentario:

esagranmentira dijo...

Mi madre me contó que cuando era pequeña estábamos en el salón viendo ET y, al acabar la película, me fui corriendo a mi habitación. Ella vino tras de mí para preguntarme qué había pasado: 'no para de salirme agua por los ojos'.

No tenía ni idea de por qué estaba llorando o qué era eso. Ahora sí lo sabemos.