martes, 26 de marzo de 2013

Albert Serra (la entrada de blog)

Iba a cruzar el semáforo y al otro lado vi a una mujer de unos 50 años con la que me entró una necesidad misteriosa de conversar. La mujer, que llevaba una semana sin fumar, se acercó hasta mi, me pidió un cigarrillo y se desahogó conmigo. Ella hablaba y yo no hallaba en sus palabras un ápice de locura. Al despedirse me pregunté quién será el valiente que cargará a sus espaldas el peso de la revolución. ¿Ya habría nacido? ¿A qué esperaba el señorito D.? Acababa de editarse un libro titulado Albert Serra (la novela). Durante años le había odiado, me parecía un farsante. Pero hace unos meses, a altas horas de la madrugada, le presté atención, y le convertí en mi último profesor de cine. Solo pude volver a escribir desprendiéndome de Godard. Como un pintor que en su juventud considerase a Picasso demasiado personal como para servirse de él. Demasiado imponente para mi. Tuve un nuevo amante que resultó ser -yo no lo sabía- hijo de Ozu. Me gustaría conocer a tu padre. Y después de pasarme una larga temporada sentado en un tatami y bebiendo sake caliente con el maestro (él no soltaba prenda y yo trataba de no desesperarme), una tarde apareció una chica dispuesta a confesar a su mujer su aventura apasionada, y yo aprendí cómo pasar de un plano a otro. Entonces descubrí cual fue el error, el día que grabamos en la calle la secuencia en la que Gabriela agarra a Dafne para besarle. Algo no funcionaba. Zaida se dio cuenta, y pensó que afortunadamente era una secuencia de la que podríamos prescindir en el montaje. El primer día que rodamos Julia se preguntaba si sabía donde colocaba la cámara o si estaba improvisando, porque trabajábamos sin guión técnico. Lo sabía. Sabía dónde empezaba un plano, y mi labor en el rodaje era descubrir dónde acabarlo. Lo difícil es lograr entre todos imprimir el ritmo adecuado. Al fin y al cabo -esto lo aprendimos de Rossellini- la cámara no tiene más importancia que un tenedor, y lo realmente importante es decirse antes de cada rodaje “O hago esta película o reviento”. Hacía cuestión de un mes leí Un año ajetreado, los primeros pasos de Anne Wiazemsky, de su historia de amor con Godard y con el cine. Aquella novela era tan importante para mi como en su momento lo fue Éramos unos niños (de Patty Smith). Mi vida me parecía poca cosa comparada con lo que sentía. Entonces le propuse matrimonio al señorito D. Fue una idea emocionante.

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