domingo, 10 de marzo de 2013

Los amantes pasajeros




Os voy a decir dos o tres cosas que se pueden saber de Almodóvar si se analiza la caligrafía de su último filme. Que no os preocupéis, porque sigue situando su cámara lo más cercano posible a las cosas. Que se ha aligerado, porque sufre 20 quilos menos, y eso le mantiene en forma. Que es esa mezcla entre lo intenso y lo ligero lo que les puede parecer ridículo a los mismos que se ríen del chandal de los revolucionarios. Que sufre menos porque se ha desprendido del peso del tiempo. Y que eso es lo que le ha permitido llegar hasta donde tenía que llegar, pero esta vez escogiendo la ruta que más le ha apetecido, desviándose  en el camino para visitar a algún amigo, aunque no fuese lo más práctico. Es de agradecer.

A todos los nostálgicos del Almodóvar neorrealista nos hubiese gustado que situara la cámara en la clase "turística", y durmiera a la business class. Pero para satisfacernos no tenemos más que darle al play a "¿Qué he hecho yo para merecer esto?" y asumir, como bien sabe él, que los ridículos son los que se repiten a pesar del paso del tiempo. Aunque nuestro gran cineasta se nos haya aburguesado.


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